Vivir a las puertas de El Impenetrable: La remera de Nike junto a aperos, guardamontes, morteros de palo santo y otros “trabajos de monte”
Hace calor, sí, pero no es un calor excepcional. Es un calor que existe naturalmente, un calor parte del paisaje árido y áspero de este lugar para muchos muy lejano y en cierta forma, misterioso. Estamos en el Paraje Santa Teresa, a 12 kilómetros de otro paraje llamado La Armonía, que se ubica en la
Hace calor, sí, pero no es un calor excepcional. Es un calor que existe naturalmente, un calor parte del paisaje árido y áspero de este lugar para muchos muy lejano y en cierta forma, misterioso. Estamos en el Paraje Santa Teresa, a 12 kilómetros de otro paraje llamado La Armonía, que se ubica en la entrada del Parque Nacional El Impenetrable, que a su vez está a más de 400 kilómetros de Resistencia, la capital de la provincia del Chaco.
En Santa Teresa viven Pancho y Vitalina en su casa de techo de palma y patio “bien limpito para tener el monte a raya”. Durante 24 años Pancho trabajó en la estancia ganadera La Fidelidad de casi 250.000 hectáreas (sí, un cuarto de millón) y que se ubicaba entre Chaco y Formosa. Parte de su trabajo era arrear los animales por senderos de monte y caminos de tierra hasta el lugar donde podía llegar el camión para cargarlos, y otra gran parte era trabajar en el día a día de la estancia, para volver a su casa apenas una vez por mes.
“Antes era todo más difícil, se trabajaba mucho para mantener a la familia; así hizo mi padre con nosotros y así hice yo con la mía”, reflexiona Pancho, ahora ya jubilado pero aún en la diaria con animales, ya que además de chivos, cerdos, pavos, ovejas y guineas, sigue teniendo vacas que tiene que ir a buscar al monte (donde se alimentan) todos los días y a caballo.
Actualmente, la parte chaqueña de lo que fue ese predio de La Fidelidad constituye el Parque Nacional El Impenetrable de 128.000 hectáreas y donde todavía hay bosque de quebrachos, algarrobos y palo santo, selvas en galería, pastizales, bañados, y lagunas formadas por las inundaciones del río Teuco o Bermejo.
Las artesanías Pancho las aprendió de su padre: de cuero hace todos los aperos para sus caballos, los guardamontes y hasta su propio “coleto”, una suerte de poncho con mangas que usa como protección para entrar al monte. Además, hace morteros de palo santo, de madera “campana” que es la madera que proviene de árboles y ramas caídos. Vitalina, su esposa, también se dedica a las artesanías: teje en bastidor piezas de todo tipo, recuperando así el hábito y la tradición del tejido.
Antes ambos hacían sus trabajos para sí mismos, pero desde hace un tiempo los están vendiendo a través del programa “Emprendedores por Naturaleza” de la Fundación Rewilding Argentina, que promueve el bienestar de las comunidades a partir economías regenerativas que ponen en valor los saberes locales mediante productos con marca territorial, en este caso “Impenetrable”.
“Son productos creados a partir de un ecosistema completo y funcional, que cuentan una historia de bienestar social y que se traducen en ingresos para los vecinos”, resume Constanza Mozzoni, coordinadora del programa de comunidades del Parque Nacional El Impenetrable que ya incluye a varios artesanos y familias de la zona.
Una de las acciones realizadas por la Fundación fue motorizar la comercialización de las artesanías, primero ayudando en la logística para que lleguen a distintos negocios, por ejemplo en Buenos Aires. Y ahora en breve estos “trabajos de monte” estarán a la venta en Mercado Libre Sustentable, una línea de negocio de esta plataforma que apoya a pequeños emprendedores rurales que realizan actividades sustentables y ecológicas. El año pasado el foco estaba en la región de Amazonas y este año, en el Chaco.
A la iniciativa también se han sumado artesanos qom y wichi, siempre con la idea de productos que se relacionan con la conservación del monte, utilizando la materia prima con respeto y valorando todo lo que la naturaleza brinda. Ese es el concepto madre: la armonía con el monte y el conocimiento de toda su riqueza.
“Acá estamos muy bien, no nos falta nada y es nuestro lugar: tenemos la casa, los animales, las artesanías que hacemos”, dice Pancho que casi a diario debe recorrer 500 metros hasta el río a buscar agua para lavar y otras necesidades de la casa, mientras que el agua para beber la obtienen del aljibe. “En cambio en la ciudad la vida es muy complicada y muy cara porque no se tiene nada, hay que comprar todo para vivir”.
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