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En el tambo de la familia Ramati lo que sobra es voluntad: Trajeron un sistema productivo de Nueva Zelanda e intentan resistir las recurrentes crisis del sector

Fuente: Bichos de Campo 22/05/2023 17:43:13 hs

Juan Miguel Ramati es uno de los miembros de la familia que está a cargo del tambo San Pablo, en San Agustín, a unos 30 kilómetros de Esperanza, plena cuenca lechera santafesina. Además de Juan, a la empresa familiar la dirigen su esposa quien se dedica a la parte agrícola y financiera, su cuñado, e

Juan Miguel Ramati es uno de los miembros de la familia que está a cargo del tambo San Pablo, en San Agustín, a unos 30 kilómetros de Esperanza, plena cuenca lechera santafesina.

Además de Juan, a la empresa familiar la dirigen su esposa quien se dedica a la parte agrícola y financiera, su cuñado, e indirectamente otros miembros de la familia. Esa postal de la familia completa, donde incluso niños pequeños juegan en las cercanías, parece sacada de otro tiempo. De un tiempo donde los tambos eran familiares, y rentables para la economía de esa familia.

Hoy en día el tambo está atravesando una crisis donde los tambos familiares de aquella región se están preguntando si cerrarlo y alquilar las tierras, pasarse a la agricultura, o mantenerse a flote apostando todo.

Por lo general, las nuevas generaciones reniegan de tomar las riendas del tambo que hicieron brillar abuelos, padres y tíos. La sequía no ayudó para nada a cambiar esa realidad, dado que los alimentos para los animales, en caso de conseguirlos, están por las nubes.

Los Ramati cuentan una historia que empieza similar, con estos problemas a cuestas, pero con un final distinto. Al día de hoy ellos mismos se hicieron cargo del tambo, le cambiaron la cara, viajaron a aprender a Nueva Zelanda -cuna de la eficiencia lechera- y trajeron esos aprendizajes a San Agustín.

La empresa familiar en este caso nació hace 26 años, en un establecimiento adquirido por los padres de Juan junto a uno de sus tíos. Deciden nombrarlo San Pablo por una tragedia reciente. “Arrancamos con un tambo, lo tuvimos durante 10 años, hubo una crisis de lechería en ese año (2006-2007) donde se decide cerrar y volcarse a la parte de agricultura y ganadería”, explica Juan Miguel Ramati, veterinario y miembro del tambo familiar.

Hasta ahí, una más de tantas de las historias que las crisis circulares y eternas de la lechería se llevó puesto e hizo bajar las persianas. “Lo hicimos durante otro periodo de seis o siete años, hasta que en 2013, yo estaba ya en la etapa final de mi carrera y junto con mi señora empezamos a pinchar un poco y viendo un poco como la familia de a poco se empezaba a agrandar”.

Los Ramati, que hacían agricultura en esas 90 hectáreas, y un lotecito destinado a unos animales para la producción de carne, comenzaron a pensar en la idea del tambo, nuevamente. “En el año 2015 viajamos a Nueva Zelanda a trabajar unos meses al campo de un viejo amigo de mi papá que nos abrió las puertas, en el cual ahí aprendimos las bases del manejo del sistema pastoril de producción de leche, el cual trajimos y tratamos de darle nuestra impronta, pero muy apegado a la forma de producir que hay allá”.

Mirá la entrevista completa con Juan Miguel Ramati:

¿En que consiste el sistema que trajeron de Oceanía, entonces? Cuenta Juan Miguel que “el sistema acá que nosotros tratamos, es que arriba del 60% de la dieta esté conformada por forraje. Usamos la mayor cantidad de forraje que pueda producir el campo en condiciones normales climáticas, cosa que no nos pasó los últimos tres años, y usar el silo en forma estratégica, cosa que no pudimos en los últimos tres años, por diversas cuestiones de sequía”.

“La vaca es una vaca de tamaño mediano de peso adulto -500 kilos- de la raza Kiwi Cross (cruza entre Holstein Neozelandés y Jersey), donde buscamos producciones medias de 21 litros aproximadamente, pero  apuntamos a una alta producción de sólidos que año a año vimos cómo fue avanzando, y como hemos ido mejorando”, narra Ramati.

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Juan Miguel habla de sequía, de alimentos, de razas, y especialmente de los últimos 3 años, donde la sequía se ensañó con la provincia de Santa Fe. “Particularmente y desde hace casi un año ya donde la sequía se expresó más fuerte, nosotros en los últimos seis meses tuvimos un promedio de 200 milímetros, y eso realmente nos impactó en forma muy negativa. El campo se vio muy limitado en cuanto a su producción de forraje, y tuvimos que tener mucho tiempo las vacas encerradas, con muchísima compra de alimento externo”.

Es por esto que la crisis tambera se vuelve recurrente. Salir a buscar alimento afuera, no solo condicionó el sistema importado de Nueva Zelanda, sino que encareció muchísimo los costos de producción, al punto tal que tuvieron que escoger entre alimentar las vacas o realizar las inversiones que tenían previstas para mejorar la empresa.

“Los costos productivos se fueron muy para arriba. Por el otro lado siempre está todo el tema coyuntural, que hay con la situación económica, los vaivenes que tiene la economía de este país, y la poca claridad que hay hacia futuro, que te frena, sobre todo en estas cuestiones de sequía y de mucha incertidumbre, te frena mucho la inversión que necesita tener un tambo en forma constante para mantenerse siempre bien”, describe Ramati.

En esta encrucijada se encontró su familia, a que las cuentas no le dan. “Por ejemplo, la falta de créditos, son de tasa muy alta. Es prácticamente impagable una tasa de un 80, 70, por ciento. Con todo lo que hay que traer por atrás de compra de alimentos es muy complicado. Entonces lo que puede salir sale a costilla de la empresa y para lo cual se han frenado muchísimas inversiones. Nosotros tratamos cada dos o tres años reacondicionar los callejones para que los animales y la gente puedan transitar en forma normal, no se puedes hacer. Es algo vital para el tambo, sobre todo para animales que caminan mucho, es muy importante que esté el suelo en el cual caminan en muy buenas condiciones”.

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La problemática pasa por invertir o alimentar al ganado, y hay que elegir. Los Ramati decidieron mantener la parte alimenticia para mantener la empresa funcional.

Además, cuentan que la clave por estos días además es pasar el invierno. “Llegar, vamos a llegar. Tuvimos que bajar un poco la carga, tenemos que bajar casi 0,3 vacas por hectárea. Tenemos acá un 15% que lo tengo que destinar a faena, para poder pasar con lo que hoy hay.  Si llueve nos puede dar el cambio. Aparte vamos a tener que seguir comprando alimento porque el invierno no arrancó, y bueno si sigue seco así puede que sea un poco más complicado. No solamente nosotros necesitamos forraje, sino que en la misma situación están todos los productores de la zona”.

De esta forma, el tambo de los Ramati se las ingenia para sobrevivir. La recurrente crisis tambera en este caso encuentra a una familia que resiste todos los embates que se le presentan.

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