Esta película ya la vimos: Uno apretó con cerrar exportaciones, el otro lo desmintió, y al final todos terminaron negociando algo que no le servirá a nadie
Guillermo Moreno hacía de malo. Alberto Fernández hacía de bueno. Esos eran los roles. El primero de ellos se permite dar clases de economía en Crónica TV, pero sacó menos de 1% de los votos en su intentona de ser presidente: no pasó las PASO. El segundo de ellos llegó a sentarse en el sillón
Guillermo Moreno hacía de malo. Alberto Fernández hacía de bueno. Esos eran los roles. El primero de ellos se permite dar clases de economía en Crónica TV, pero sacó menos de 1% de los votos en su intentona de ser presidente: no pasó las PASO. El segundo de ellos llegó a sentarse en el sillón de Rivadavia, pero con el poder recortado, que nunca fue suyo. Ambos eran protagonistas hace 15 años de un paso de comedia que hace rato perdió la gracia y que se volvió a repetir hoy.
Todo se degrada en la Argentina kirchnerista, tanto que ahora esos roles principales los asumen actores de reparto.
Alumno ejemplar de Ricardo Echegaray en la Aduana, el actual director del ese organismo hizo las veces de Moreno. Ungido por el ministro de Economía, Sergio Massa, como su nuevo hombre fuerte para pactar los acuerdos de precios (cuestión de la que fue corrido el secretario de Comercio, Matías Tombolini, que en esta obra viene a ser algo así como el fallido Martín Losteau, al que fletaron rápidamente porque no sabía hacer bien el trabajo), al contador entrerriano Guillermo Michel le tocó hacer de malo. Como Moreno otrora, pateó el tablero a media mañana anunciando desde su despacho y por los medios oficialistas que se había cerrado la exportación de carne vacuna.
“El Gobierno suspendió las exportaciones de carne por 15 días. La medida se tomó a la espera de un acuerdo de precios con el consorcio de frigoríficos. Sin acuerdo, no habrá permisos de exportación”, era el mensaje que distribuyeron sin disimulo sus voceros. La comedia se había puesto en marcha, pero con formas más delicadas al menos de las que caracterizaban a Moreno, que directamente bajaba los contenedores de los barcos. Aquí solo bastó con pasar el mensaje y sacar a los “verificadores” de sus puestos de trabajo.
La intervención rayana con lo ilegal (en la Argentina está normalizado, pero es ilegal detener el flujo de comercio lícito para extorsionar a las empresas a que cumpla con otras exigencias) dio resultado. Al ratito ardían los teléfonos del director de la obra, Sergio Massa. Lo llamaban encumbrados dirigentes del campo a los cuales les había prometido no patear el escenario.
Massa (que vendría a cumplir el papel componedor que antes asumía Néstor Kirchner), desmintió la medida en esas conversaciones telefónicas. Él jamás hubiera dado esa orden, afirmó. Pero esperó los minutos suficientes como para que generar las dosis de suspenso necesarias. Para ese entonces, la noticia del cierre exportador ya estaba en todos los medios. En primera plana.
Luego de esa meditada pausa, le ordenó al Alberto Fernández de esta historia (que en el conflicto de 2008, cuando era jefe de Gabinete de Néstor, hacía el patético papel de conciliador con la Mesa de Enlace), que saliera a desmentir el cierre de las exportaciones. Allí fue el secretario de Agricultura Juan José Bahillo.
“Nuestra responsabilidad como funcionarios públicos es llevar certidumbre a los sectores productivos y tranquilidad a la gente. Desde el Ministerio de Economía estamos negociando los precios de carnes para el mercado interno y no hay suspensiones a la exportación de carnes”, escribió el también entrerriano Bahillo, con tan mala fortuna que borró un primer hilo de tuits (eran dos separados) para después reescribirlo todo junto en uno. En el medio, todos pensamos que lo habían mandado callar.
Usted decida si creerlo: Bahillo desmintió que estén cerradas las exportaciones de carne
La saga, a esta altura, era calcada de aquellas puestas entre Moreno, el bravucón que cerraba las exportaciones; y Fernández, que al rato desmentía el cierre y se sentaba conciliador con las entidades del campo, que siempre terminan en estos manejos más desorientadas que Cristina en la Exposición Rural de Palermo.
Luego, como en toda buena obra de teatro, llegó el desenlace, cuando la propia Aduana (que antes había anunciado el cierre de exportaciones) difundió fotografías de una reunión entre Michel, el malo, Bahillo, el bueno, y la supuesta víctima de toda esta apretada, el titular del Consorcio ABC (que agrupa a los grandes frigoríficos exportadores), Mario Ravettino.
Los resultados de esta maniobra extorsiva (aunque a los frigoríficos exportadores también les viene bien tener alguna excusa para no trasladar a los productores ganaderos el fuerte alza de la hacienda que siguió a la devaluación), deberían conocerse esta tarde: se supone que la pretensión oficial era que cumplieran con los Precios Cuidados para al menos los siete cortes populares que no pueden exportar, entre ellos el asado.
Reunidos esta tarde, los frigoríficos obviamente pedían una actualización de los precios acordados, ya que la última lista hablaba de un kilo de asado en torno a 1.1000 pesos puesto en los supermercados, cuando ese es el valor que ahora tiene el kilo vivo del novillo del que proviene. Un despropósito. Los analistas calculan que con el sacudón de los últimos días (por el dólar maíz primero y luego por la devaluación), es asado debería costar cerca de 4.000 pesos en las bocas de expendio.
Aplauso, medalla y beso. En su debut como nuevo custodio de los precios, Michel hizo la Gran Moreno y logrará un acuerdo de precios que no servirá para nadie ni para nada, salvo para maquillar las cosas en los camarinos del teatro: el Consorcio ABC agrupa el 80% de la exportación, pero como la Argentina exporta solo el 25% de la carne que produce, eso equivale al 30% de la faena. Luego, de ese 30% de faena los cortes a precios acordados significan 35% de la media res, con lo cual efectivamente los precios sugeridos por Michel y Bahillo representan tan solo el 10% (con suerte) de la oferta de carne que va al mercado.
El resto, bien gracias.
Aplauso, medalla y beso. Nunca más cierto aquello de que “la historia se repite dos veces, primero como tragedia, luego como comedia”.
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