En Carhué, Catalina Ares coordina un proyecto de restauración ecológica en torno al arroyo que le dio vida al molino local y electricidad al pueblo en 1916
Detrás del histórico Molino Carhué, que funciona en aquella localidad del sudoeste de la Provincia de Buenos Aires desde hace 140 años, se abren paso unas 35 hectáreas de vegetación cruzadas por un arroyo que, hace más de un siglo, supo ser el símbolo de la vida productiva y cultura del pueblo. Eso se debe
Detrás del histórico Molino Carhué, que funciona en aquella localidad del sudoeste de la Provincia de Buenos Aires desde hace 140 años, se abren paso unas 35 hectáreas de vegetación cruzadas por un arroyo que, hace más de un siglo, supo ser el símbolo de la vida productiva y cultura del pueblo. Eso se debe a que aportaba tanto a la generación de energía eléctrica para el molino y el pueblo, como al esparcimiento de los habitantes con la naturaleza. Los chicos iban allí a pescar.
Sin embargo aquella tradición se perdió con el paso del tiempo, potenciado sobre todo por la histórica inundación de Villa Epecuén en 1985, que provocó cambios en la geografía del lugar y un quiebre en el vinculo con la comunidad. Pero no todo parece estar perdido, porque un proyecto local busca restaurar ecológicamente el lugar.
Se trata de la iniciativa que coordina Catalina Ares -hija de Carlos Ares, presidente del Grupo San Nicolás, actual propietario del Molino Carhué- que apunta no solo a reconstruir un parque recreativo, sino a transformar el lugar en una reserva natural a través de la plantación de distintas especies nativas.
“Antes de la inundación era un espacio que tenía una forestación de tamariscos, había sombra y la gente usaba el arroyo. Luego, con varios dragados y desvíos que se hicieron en el arroyo, el vínculo se rompió y eso es lo que nos proponemos regenerar, el vínculo del humano con la naturaleza porque somos naturaleza”, contó a Bichos de Campo Catalina, quien regresó a su ciudad natal luego de viajar por el exterior para conocer más sobre especies nativas, y completó una diplomatura en Agroecología.
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“Creo que la restauración va más desde el imitar la naturaleza, desde lo salvaje y no tan estructurado. Siento además que ella es estética en sí misma, por eso vamos a trabajar mediante especies nativas. La idea es plantar árboles y dejar pastizales para atraer a aves que solo viven en ellos. Si no existe el pastizal, no existen esas especies. Y queremos hacer una especie de bosque comestible para que también la gente pueda ver que en un pedacito de jardín puede tener un árbol combinado con un algo rastrero, con una planta medicinal, que no es meramente estético sino que tiene una funcionalidad e impacto en el suelo”, señaló a continuación.
-¿Qué tiempo estiman para este proyecto?- le preguntamos.
-Ahora hicimos un plan de manejo, porque en general apuntamos a ser área protegida para así poder tener más extensión. El plan está hecho de acá a tres años y solo abarca las primeras 8 hectáreas que intervenimos ahora con los árboles que plantamos.
-¿Qué especies nativas plantaron?
-Tenemos espinillos, chañares, algarrobos, acacia visco. Tenemos también cina-cinas que lo interesante es que todo el costado de la ruta ya tiene como 20 que aparecieron en forma espontánea, y en el predio tenemos dos. Evidentemente hay algo que atrae a las especies nativas. Encontramos olivillos también espontáneos, piquillín espontáneo, que está buenísimo. Después plantamos sauces criollos y paspalum.
-A futuro pretenden que esto sea una reserva de la ciudad, que vincule la historia del molino con la naturaleza. Un combo para que la gente disfrute.
-Sí, exactamente. Es para la comunidad, los colegios, los jardines. También para ir siendo parte no solo de la educación ambiental, sino de incorporarnos como comunidad al cuidado por la naturaleza y por uno mismo. Porque cuando empezás a cuidar el suelo y empezás a ver lo que pasa, te sentís mejor.
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