Agradecido de haber aprendido ?de todo? en la agrotécnica, Claudio Mazo comenzó a elaborar su propio vino en Brandsen y lo vende en el pequeño pueblo de Gómez, donde vive tranquilo
Claudio Mazo (38) es técnico agrónomo recibido en Charata, Chaco, y trabaja ahora como técnico en el Conicet en ciudad de La Plata, en la provincia de Buenos Aires. Hace unos años se fue a vivir cerca de la ciudad de Brandsen, donde comenzó a elaborar un vino artesanal bajo la marca “Hocico Negro”. Usa
Claudio Mazo (38) es técnico agrónomo recibido en Charata, Chaco, y trabaja ahora como técnico en el Conicet en ciudad de La Plata, en la provincia de Buenos Aires. Hace unos años se fue a vivir cerca de la ciudad de Brandsen, donde comenzó a elaborar un vino artesanal bajo la marca “Hocico Negro”. Usa la cepa Malbec aunque la complementa con algo de Cabernet Franc y a veces con un blanco de la uva Chenin. Cumplió su sueño de elaborar su propio vino dentro de un galpón que alquila en un campo, a poco más de 30 kilómetros de La Plata.
Claudio nació en El Nochero, al noroeste de la provincia de Santa Fe, a sólo 6 kilómetros de la provincia de Santiago del Estero. Tan cerca en realidad que en la escuelita rural donde cursó sus estudios primarios tenía muchos compañeros santiagueños.
“Pasé mi infancia en el campo –recuerda Claudio- entre algodones y arriba del tractor. Soy nieto e hijo de productores de algodón. Mi abuelo llegó a trabajar en la empresa La Forestal. En un viaje en tren a Buenos Aires, se bajó en la estación de El Nochero y en un bar le dijeron que había trabajo de destronque y se quedó para siempre. Al mes llegó su hermano y se pusieron a trabajar con bueyes y arado mancera. Recuerdo que andaban en un cachapé.”
“A mis 11 años arranqué de anotador de las bolsas de algodón, cuando las pesaban al final de la jornada –sigue recordando Mazo-; después, de ‘lechucero’, por lo que debía ir sentado en el guardabarro del tractor mirando si se tapaba algún pico, o si saltaba alguna cadena de la sembradora”.
Cuando Claudio cumplió 13, sus padres lo enviaron a estudiar, como pupilo, a la Escuela Agropecuaria 3 María Auxiliadora, en Charata, Chaco. Como quedaba lejos, sólo regresaba a su casa cada dos o tres meses, donde ya hacía changas de tractorista, lo mismo que en los veranos. “Estudiar en aquella escuela fue lo mejor que me pudo pasar -señala Claudio, con nostalgia- porque eso te abre la mente y después esos conocimientos te pueden abrir puertas”.
“La jornada arrancaba con clases teóricas de 7:30 a 12:00; y por las tardes, talleres rurales de apicultura, elaboración de chacinados, de lácteos, licores, etcétera. El plato estrella de la comida del internado es hasta el día de hoy el locro de los jueves, en invierno”, disfruta.
“En 2002 me mudé a la casa de unos parientes -continúa Mazo- en la ciudad de Morón, en la zona oeste del Gran Buenos Aires. Lo primero que hice fue meterme en un grupo de venta de cremas en la vía pública. Recuerdo que usaba traje y corbata en pleno verano y gastaba mucha suela de zapatos. Eso hasta que ingresé en una granja avícola, donde me pasé unos años trozando pollos, y en los fines de semana hacía jardinería y parquizaciones. En Morón estuve unos 12 años y allí conocí a mi actual esposa, con la que tenemos una hija de 5 años”.
En 2011 se presentó en concurso para ingresar al Conicet de La Plata y fue seleccionado, de modo que tuvo que mudarse con su esposa a aquella ciudad, ingresando como técnico en planta, donde hasta hoy produce material vegetal (por ejemplo. soja, tomate, morrón, cítricos) para la investigación, en el Instituto de Biología y Biotecnología Molecular (IBBM).
Pero como a Claudio le tiraba mucho la vida rural, esa que lo marcó en su crianza, luego de unos 5 años decidió alquilar una casa dentro de un campo, cerca de la ciudad de Brandsen, y allí se fue con su señora. Desde allí siguió yendo a trabajar al CONICET de La Plata, de lunes a viernes, de 8:00 a 16:00.
Para complementar ingresos, Claudio comenzó a vender vinos en La Plata. Poco a poco se fue relacionando con enólogos y sommeliers en los eventos de promociones con degustaciones. Hasta que un día, como él sabía de procesos, decidió empezar a elaborar su propia línea de vinos. Fue armándose una bodeguita artesanal en un galpón contiguo a su casa.
Como la tierra donde vivía -cerca de Brandsen- no era la ideal, cuenta que prefirió hacerse traer las uvas desde Mendoza. “El primer año –relata este inquieto técnico- hice una prueba de apenas 20 litros, y como me salió bueno, comencé a darlo a probar a amigos y vecinos. En el segundo año ya me animné a pedir el análisis del Instituto Nacional de Vitivinicultura (INV) y me aprobaron el vino como ‘artesanal’, considerado así al que se elabora hasta no más de 12.000 litros por año. Ese año produje 180 litros, lo envasé, lo etiqueté -yo mismo hice los diseños- con la ayuda de mi señora, y salí a venderlo a los conocidos, en eventos y ferias de La Plata, a restoranes de Brandsen y vecinos”.
“A mi línea de vinos la llamé Hocico Negro porque tenía un perro al que lo había bautizado ‘Nocherito’, el nombre a mi pueblo natal, y si bien parecía manso era muy bravo. Pues mi vino malbec -que es mi producto estrella-, de modo análogo, tiene una apariencia de ser suave y agradable, al comenzar a saborearlo en la boca, pero con un final medio, de buen cuerpo y gran carácter. Es oscuro, de color rojo intenso, con tintes violáceos y aromático. Se destaca por sus notas frutadas, de cerezas, con un final en boca, especiado. Es ideal para acompañar carnes rojas y pastas.”, detalla Claudio.
En 2020, la hijita de Claudio debía empezar el jardín, de modo que necesitaron mudarse a un lugar más urbano. Pues con la misma tesitura, Claudio, no se fue a vivir a Brandsen sino que se mudó con su familia a unos kilómetros más cerca de La Plata, al pequeñísimo y encantador pueblito rural de Gómez, de muy fácil acceso, porque está a pocos kilómetros –con buen asfalto- de la Ruta 215 y muy cerca de la Autovía 2.
Mantiene su bodeguita en el originario galpón cerca de Brandsen, pero ahora además, puso un puesto de venta en la feria de estación de tren, que atiende los fines de semana. Los días hábiles, la gente pasa a comprarle por su casa. Gómez es un pueblo tan bello y apacible, que cada vez se torna más turístico. Ya es muy común ver llegar contingentes de ciclistas, que buscan pasar una jornada de campo y se puede almorzar con buenos platos tradicionales y comprar chacinados caseros en la carnicería del pueblo.
Claudio no es ajeno a las sucesivas crisis que vienen castigando a los productores, y señala preocupado: “El trabajo se me ha complicado en los últimos años. Durante la Pandemia me bajaron mucho las ventas. Al final de la misma, me costó volver a comprar las uvas y tuve que retomar de a poco. Ahora la inflación está tornando insostenible a nuestra actividad. Los precios de la materia prima, el aumento del costo de los fletes, de los insumos secos, como las botellas, que se fueron por las nubes. El año pasado pagué la uva entre 130 y 150 pesos el kilo, y este año a 330 pesos. Sufrió más del 100% de aumento. Cuesta trasladar los aumentos al precio del público”.
Pero Claudio no baja los brazos y culmina: “A pesar de todo hoy he logrado llegar a elaborar unos 2500 litros por año. Menos mal que cada vez llegan más turistas a Gómez y el 7 de mayo haremos la primera Fiesta Regional del Pastelito Local, los emprendedores locales que conformamos el grupo Gómez Turístico, junto a Extensión de la carrera de Turismo de la Universidad de La Plata, que nos da una mano. Y acabo de ser invitado a participar en ‘La Noche de las Bodegas’, que se realizará el 19 de mayo en el barrio de la Recoleta, en Capital Federal. Tengo buenas expectativas de vender bien y de hacer conocer más mis vinos”.
Claudio Mazo se despidió de nosotros dedicándonos “Santa Fe de mi querer”, de y por Orlando Veracruz.
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