¿Dónde está la gruesa? Una pregunta que parece tener doble sentido pero que causa gracia por razones que en realidad son para llorar
El jueves el Banco Central (BCRA) logró comprar apenas 57 millones de dólares. Este viernes la cifra fue de 60 millones de dólares. A este paso la unificación del tipo de cambio será una misión imposible y la deuda con importadores se terminará de cancelar con patacones. Las redes sociales se llenaron de personas preocupadas
El jueves el Banco Central (BCRA) logró comprar apenas 57 millones de dólares. Este viernes la cifra fue de 60 millones de dólares. A este paso la unificación del tipo de cambio será una misión imposible y la deuda con importadores se terminará de cancelar con patacones.
Las redes sociales se llenaron de personas preocupadas preguntándose ¿dónde está la gruesa? en referencia al enorme volumen de divisas que debería estar ingresando en estos días como producto de la cosecha de maíz temprano y soja de primera.
Tales comentarios, debo ser sincero, me causan risa no por el chiste fácil que pululó en redes sociales (“acá está la gruesa”), sino porque evidencian el enorme divorcio existente entre los habitantes de las grandes urbes y los integrantes de la comunidad agropecuaria.
Se trata de un divorcio inusual, quizás con rasgos psicopáticos, porque los quejosos no se interesan en conocer si la gente del agro está fundida, inundada o muerta mientras siga vendiendo granos para poder aportar divisas, algo que, por el momento, ningún otro sector de la economía puede hacer en la magnitud en la que lo hace el campo.
Luego vienen los buscadores de razones: no se vende porque llovió mucho y los caminos rurales están inutilizables (¿les parece normal que la generación de divisas de un país dependa de una red vial terciaria destrozada y abandonada por los funcionarios municipales).
La realidad es que los productores argentinos están acostumbrados a lidiar con la barbarie vial y uno o dos días de lluvias intensas no representan para ellos un obstáculo para comercializar granos.
Lo que está sucediendo lo anticipamos en Bichos de Campo casi un mes atrás. Y seguramente volveremos a informar al respecto en un mes más si el problema sigue presente ante la persistente necedad del ministro Luis Caputo y equipo.
Lo ironía es que, a diferencia de lo que sucedía con el ministro Sergio Massa, casi la totalidad de los integrantes de la comunidad agropecuaria fueron votantes de Javier Milei y, como tales, se conformarían con muy poco para cambiar de ánimo.
En lugar de aprovechar ese capital político, Milei y equipo ignora o boludea a los productores y, por extensión, a todos los que dependen de ellos. Siguen vigentes la mismas regulaciones absurdas implementadas por el kirchnerismo (algo que se puede modificar con costo cero). Se anuncian beneficios que no son tales y, para colmo, otros sectores de la economía reciben favores de los gobernantes.
Los productores argentinos, además de encontrarse en cosecha con precios agrícolas menores a los presupuestados y valores de los insumos desalineados con respecto a la nueva realidad del negocio, deben adaptarse –luego de trabajar quince años con créditos que se licuaban con devaluaciones– a un nuevo contexto de financiación con tasas de interés positivas, algo que es usual en países como Brasil, Uruguay o Paraguay, donde, claramente, no se aplican derechos de exportación expropiatorios.
Los productores están tratando, por lo tanto, de calibrar la brújula para evitar descapitalizarse en la nueva coyuntura macroeconómica, lo que conlleva a ser extremadamente cauto tanto en las ventas de granos como en las inversiones por realizar.
Como le gusta decir al presidente Javier Milei, es evidente que el gobierno “no la está viendo” porque, además de ralentizar las ventas de granos, la ausencia de señales destinadas al agro también conspira contra las inversiones de las que dependen las divisas del 2025.
Por supuesto: siempre se podrá esperar un crédito salvador decidido en una oficina de Washington, en un par de grandes proyectos de inversión en el sector del litio o un “blanqueo” que haría aparecer grandes cantidades de dólares escondidos. Pero, nuevamente, se trata de soñar –como es usual en la idiosincrasia argentina– con soluciones mágicas en lugar de buscar el valor que tenemos dentro del país.
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