Del Alto Valle a los montes tucumanos: el interés por las trufas crece y se federaliza en Argentina
Más de 300 personas se capacitaron y aprendieron el ABC de las trufas durante una reciente visita al país del experto francés, Lionel Masbou. Las experiencias de productores que están en distintos estadios y ven en este cultivo una alternativa sustentable.
A pocos kilómetros de la ciudad de Jesús María, la familia Daniotti tiene un establecimiento donde procesa y transforma en fardos, la alfalfa que produce en miles de hectáreas del norte cordobés.
Y en un pequeño lote de cuatro hectáreas, decidió a fines del año pasado incursionar en una nueva alternativa productiva: las trufas negras.
Con el asesoramiento del experto francés Lionel Masbou, los Daniotti son otro botón de muestra de una cadena agrícola que de a poco gana cada vez más adeptos a nivel nacional.
Las trufas no paran de generar interés y eso se vio precisamente en el parador La Mora, del establecimiento Megafardos del Norte, donde más de 70 productores participaron de una charla abierta a cargo de Masbou en la que dio a conocer el ABC de estos hongos que crecen en simbiosis con las raíces de árboles (robles o encinas) y son un “diamante negro” de la gastronomía mundial, con precios que llegan a superar los 1.000 euros el kilo.
Fueron en total más de 300 las personas que se capacitaron con Masbou, ya que también dictó conferencias en Mendoza, Chillar (Buenos Aires) y Neuquén, y donde se vio con claridad el interés que despiertan las trufas como alternativa de negocio y sustentable, ya que el modelo que impulsa el experto francés es libre de agroquímicos y, al tratarse de una plantación de árboles, que colabora con reducir la huella de carbono.
LAS TRUFAS: “UN CULTIVO DE PACIENCIA”
Acompañado por Gonzalo Renna, el asesor que representa a Masbou y acompaña a nivel local a los productores que incursionan en las trufas, el especialista habló sobre las principales características de este modelo productivo y respondió las preguntas de los asistentes, que fueron muchas y variadas.
Un aspecto clave, recordó, es la preparación del suelo: el PH debe ser ácido, en torno a 8,5, cuando lo usual en los campos argentinos es que sea de 6,5, lo que obliga a arrojar grandes cantidades de carbonato de calcio para corregirlo.
Luego, la segunda etapa es elegir el mejor plantín para el lugar entre las diferentes especies que se pueden utilizar: las más comunes en Argentina son encinas o robles comunes, pero la trufa también se desarrolla junto a robles pubescens, carpe blanco o europeo (carpinus betulus) y avellanos, entre otras.
Unas 70 personas escucharon el “ABC” de las trufas en un establecimiento de Jesús María sembrado a fines del año pasado
En tanto, otro tema esencial es la provisión de humedad: la parte más importante de la inversión inicial en trufas es sumar equipos de riego por goteo, debido a que en zonas como el norte de Córdoba, donde las lluvias no abundan sobre todo en otoño y primavera, es necesario complementar el agua natural.
El cálculo es que las trufas necesitan alrededor de 700 milímetros a lo largo del año, pero bien repartidos. Y en verano, con altos calores que superan los 30 grados, el requerimiento es aún mayor.
Con todo eso, y realizando un mantenimiento constante evitando la proliferación de malezas alrededor de los árboles, las primeras trufas tardan en aparecer entre cuatro y cinco años. Pero se cosechan solo para generar esporas que sirvan para inocular la tierra y promover el nacimiento de más trufas.
“De una trufa de 20 gramos podemos obtener dos millones de esporas. Por eso es clave que la primera cosecha se utilice íntegramente para ‘fertilizar’ con trufas. Es lo que hace la diferencia más adelante entre poder lograr rendimientos superiores”, resumió Masbou.
Al sexto o séptimo año es cuando ya comienza la cosecha de trufas con destino comercial, la cual se realiza con perros adiestrados que huelen los hongos y señalan donde están, para que se cave la tierra y se los obtenga.
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En definitiva, “la trufa es un cultivo de paciencia”, resaltó Renna. Y enfatizó: “Mantener una trufera es un trabajo constante, no se puede dejar”.
En este contexto, una de las preguntas recurrentes de los interesados es qué inversión se requiere para montar una trufera: el cálculo general, dependiendo de cada establecimiento y su zona productiva, ronda los U$S 85.000, suponiendo un planteo de cinco hectáreas.
Como parámetros, cada plantín micorrizado con Tuber melanosporum (el nombre científico de la trufa) tiene un costo de entre 18 y 20 dólares, y una hectárea lleva entre 400 y 450 plantines. En tanto, instalar un equipo de riego por goteo suma una inversión aproximada de entre 1.500 y 2.000 dólares por hectárea. A eso hay que sumar los costos de las labores de movimiento de tierra, la compra de la maquinaria para mantener los suelos sin malezas de manera “orgánica” y demás gastos.
LAS TRUFAS, UNA ALTERNATIVA PRODUCTIVA “FEDERAL”
Pero como se mencionó, Jesús María fue solo una parada más dentro del “tour” de capacitaciones que realizó Masbou, para sumar productores a una pequeña cadena que va creciendo y que se distingue por su carácter federal: hoy ya abarca desde el norte de la Patagonia hasta los valles tucumanos.
En el viaje que Infocampo realizó junto al experto francés por truferas de Francia y España, participaron algunos productores locales que recientemente incursionaron en este cultivo o algunos que vienen de años y encontraron en Masbou un asesoramiento para reactivar o mejorar su establecimiento.
Entre ellos, por ejemplo, Clara y Florencia, dos hermanas que encabezan un establecimiento agrícola familiar en Cipoletti (Río Negro), que hace algunos años decidieron darle un nuevo rumbo productivo, para escapar de las continuas crisis de la economía regional típica de esa zona: las peras y manzanas.
Por un lado, apostaron a la vid; y por el otro, a las trufas: adquirieron plantines micorrizados, los implantaron, pero no estaban funcionando como se preveía. Ahora, con el asesoramiento de Masbou, realizaron algunos ajustes con el fin de pronto comenzar a cosechar las primeras trufas.
Clara y Florencia, dos hermanas productoras de Río Negro, en una trufera de Francia
El objetivo es “largar” los perros y que las encuentren en el próximo invierno.
Por su parte, Carolina y Daniel son una pareja que, en Tornquist (sur de Buenos Aires) decidieron sumar en un campo de 150 hectáreas dedicada a producción extensiva (cultivos tradicionales de verano e invierno como soja, maíz, girasol, trigo y cebada), un lote de cuatro hectáreas para implantar trufas.
Daniel y Caro, una pareja productora de Tornquist, en un campo de trufas en Francia
“Buscamos en la trufa un negocio de nicho más allá de lo que son los commodities”, señalaron.
Recientemente realizaron las primeras siembras, y ahora comenzará el período de mantener y cuidar la plantación para llegar a conseguir los primeros frutos dentro de cinco años.
La plantación de Caro y Daniel en Tornquist
Por último, otra de las personas que viajó a Europa y es, a su vez, un pionero de las trufas en Argentina, es Antonio, un productor con origen en el norte bonaerense, donde produce granos, pero que desde hace años lleva adelante un establecimiento en Tucumán.
Allí la principal producción es ganadera -cría bovina-, pero también hay mucha diversificación: Antonio tiene una huerta donde cultiva zapallo, lechuga y choclos, entre otros alimentos, que se venden en el mercado central de Tucumán. Y también posee una plantación de kiwis.
Antonio (a la izquierda), junto a Lionel Masbou (al centro) y Michelle Reynaud (un mentor de Masbou, a la derecha)
En el caso de las trufas, decidió incursionar en el año 2012 y no solo apostó por las trufas negras de Périgord (tuber melanosporum) sino por otras que son menos comunes en Argentina, pero que también se pueden cultivar: Tuber uncinatum (trufa negra de Borgoña), Tuber aestivum (trufa negra de verano) y Tuber borchii (biachetto, muy común en Italia).
Hoy, tiene en total 14 hectáreas de árboles, de las cuales cuatro tienen trufa negra de Borgoña y 10 del Périgord.
La bella trufera de Antonio en Tucumán
Entre otras características, su establecimiento se distingue por ser la trufera más alta de Argentina: está a 1.500 metros sobre el nivel del mar, y allí tiene un sistema de riego por cobertura y aspersores, abastecido por la gran cantidad de ríos y arroyos de montaña de la región.
Ya con su vasta experiencia en las trufas, Antonio relató a Infocampo que decidió buscar el asesoramiento de Masbou para incorporar nuevas formas de trabajo que permitan seguir mejorando la producción.
“Soy un firme creyente de que uno siempre tiene que aprender e innovar, escuchar otras opciones, no quedarse estable en lo que cree que sabe hacer”, explicó.
En ese sentido, destacó el viaje a Europa porque allí “pudimos ver truferas que funcionan muy bien y otras que lo hacen mal y eso es importantísimo; aprender de los errores de los demás, para tratar de no cometerlos uno”.
De este modo, Clara, Florencia, Daniel, Carolina y Antonio son parte hoy del desarrollo de las trufas en Argentina y también de una idea que viene creciendo: crear una Asociación Argentina de Truficultores.
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