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Repitan conmigo: Los precios de los granos ya están “desacoplados” por la vigencia de las retenciones

Fuente: Bichos de Campo 13/01/2021 10:21:59 hs

El analista agrícola Esteban Moscariello compartió este miércoles un gráfico que resume el actual purgatorio argentino: los granos que producimos en el país están en los valores más altos desde 2014. El cielo (la buena noticia) dice que ingresarán más dólares por la venta de esos granos. El infierno (la mala noticia) es que no

El analista agrícola Esteban Moscariello compartió este miércoles un gráfico que resume el actual purgatorio argentino: los granos que producimos en el país están en los valores más altos desde 2014.

El cielo (la buena noticia) dice que ingresarán más dólares por la venta de esos granos. El infierno (la mala noticia) es que no sabemos cómo evitar el impacto de esa fuerte suba en los precios internos.

En todos los casos, a la Argentina le sobra producción: es agroexportadora. El problema en esta escenario de fuertes subas de los commodities agrícolas lo tienen países como Dubai y el principado de Mónaco, que son importadores de esos insumos. También China, que mueve todo el comercio global con sus importaciones. Pero a nosotros nos sobra el 95% de la soja que producimos, el 60% del maíz y el 60% del trigo.

Sabido esto (que la mayor parte de los granos nos sobran y que por lo tanto se pueden exportar para así ingresar más dólares a la economía), el problema ahora es ver cómo evitamos que la fuerte suba de los precios externos impacta sobre actividades productivas que consumen esos granos internamente. Es ese el problema, sencillo.

Con el reciente cierre de las exportaciones de maíz y la posibilidad de aplicar cupos de exportación de ese cereal, el gobierno kirtchnerista, una vez más, trató de intervenir de la peor manera: trabando las exportaciones. El sector privado, incluyendo a los consumidores de estos granos, como los avícolas, reaccionó firme contra la reaparición de los “monos con navaja”. Ya se sabe que no sirven. Hay múltiple evidencia del daño que provoca.

En la historia reciente, la Argentina perdió entre 2006 y 2009 el 20% de su stock ganadero, unas 10 millones de cabezas, luego del cierre de las exportaciones de carne vacuna que anunció Néstor Kirchner en marzo de 2006. En 2013, con la aplicación de los ROE en el trigo, la Argentina obtuvo su pero cosecha del cereal en la historia, con solo 8,3 millones de toneladas que paneas alcanzaban para atender el mercado doméstico.

En ese momento, con las exportaciones bloqueadas, no sobraba ese 60% que ahora, sin cupos ni nada parecido, sí reapareció en escena y se cp0uede exportar como excedente. A favor de estos argumentos vale decir que la Argentina produjo en los últimos 18/19 millones de toneladas de trigo. Y que las exportaciones de carne cerraron 2020 con un récord de casi 920 mil toneladas y 2.500 millones de dólares en divisas.

Se terminó esta etapa del boludeo: Ahora sí, el Gobierno aceptó no poner ninguna limitación a las exportaciones de maíz

El argumento del kirchnerismo siempre que quiere entrometerse en los mercados es  bastante lógico y hasta razonable. Dicen sus funcionarios que ante la escalada de los commodities se necesita “desacoplar” el valor interno de los granos respecto del internacional. Esto es, que lo que vale 200 afuera, acá valga 150, para no generar tanta presión inflacionaria.

Pero lo que hay que recordar es que la Argentina hace veinte años que “desacopla” esos precios: desde 2002, cuando volvieron las retenciones.

Son bastante hipócritas los kirchneristas a veces. Siempre justificaron la existencia de las retenciones (derechos de exportación) con el argumento de que así se “desacoplaban” los precios. Ahora no dicen nada y quieren proponer otras fórmulas. Primero el cierre de las exportaciones de maíz y ahora figuras nuevas como un fideicomiso, que pueda actuar como fondo anticíclico: recaudar cuando el precio del maíz sea alto y subsidiar cuando las cotizaciones bajen.

Para “desacoplar” ya existen las retenciones.  Ahora casi nadie habla de ellas. Es como si no existieran.

Por efecto de esas retenciones, la soja que afuera vale ahora más de 500 dólares aquí se paga un 33% menos, cerca de 340 dólares. Los 160 dólares de diferencia no solo son recaudación para el Estado. Son el subsidio de los productores al “desacople” del precio interno del grano.

Así, todos los que aquí utilizan soja para producir aceite o carne o biodiésel compran con un subsidio incorporado en el precio muy considerable y pagan 33% menos por el grano que en Estados Unidos o Brasil, que son otros países sojeros. No se pueden quejar, está claro.

En el caso del maíz y el trigo, que son granos que se consumen más que la soja en el mercado doméstico (aproximadamente 30% de la cosecha), ese subsidio que implican las retenciones está desde fines de 2019, por decisión del Congreso, en el 12%. Ahí hay “desacople”. Más moderado, pero hay.

En otros tiempos, en el gobierno de Cristina, el maíz llegó a tributar 25% de retenciones y el trigo estuvo siempre en torno del 20%. Por fortuna, en el gobierno de Alberto se decidió mantener esas alícuotas más bajas, estableciendo una brecha importante respecto de la soja.

Esta diferencia entre los cereales y la oleaginosa es una bandera muy cara para quienes propician una agricultura más sustentable. La baja de la presión fiscal sobre las gramíneas ha permitido mejorar mucho en los últimos años los esquemas de rotación tan necesarios para cuidar los suelos. Ha sido, en materia agronómica, la política más progresistas que se adoptó. Lo otro era más sojización.

Con este desacople más modesto, pero desacople al fin, los usuarios de maíz (para polenta, pollos, bioetanol o fructosa para endulzar la coca) lo compran más barato. Podrán decir que ese subsidio del 12% no les alcanza porque el grano subió más. Ese es el argumento ideal para que aparezca el “mono con navaja”. A muchos funcionarios les encanta ser justiciero con la plata de otros.

El maíz cotiza en Chicago a unos 210 dólares. Si las retenciones siguen en 12%, el Estado recaudará de aquí en más unos 25 dólares/tonelada. Si tenemos suerte y la próxima cosecha llega a 50 millones de toneladas (todo depende de la sequía), habrá un aporte del maíz nada despreciable, de unos 1.250 millones de dólares.

No toda esa plata será recaudada por el fisco. En realidad, el 70% de esa enorme suma de dinero va al Estado, porque se exporta ese porcentaje de la cosecha y ahí recauda la Aduana las retenciones. Pero el otro 30% (unos 400 millones de dólares) ya actúan como subsidio de los productores a quienes usan maíz dentro del país. Porque aunque se venda en el mercado doméstico, a todo el maíz se la aplica el descuento del 12%.

Me podrán decir: ‘con esos 400 millones de dólares no nos alcanza para evitar el impacto de la fuerte suba en el mercado internacional’. Bueno, yo contesto que en ese caso, si el Estado decide ayudarlos porque está preocupado por la suba de los alimentos, que utilice los 800 millones de dólares que ya recauda del maíz para subsidiarlos. Que se haga cargo.

Hoy esa plata de retenciones se va en diferentes cosas, es cierto. Pagar la deuda externa, los planes sociales, los salarios, alguna ruta perdida. ¿Pero por qué no usarla para evitar el cierre de un tambo chico al que el costo de la alimentación le subió mucho? ¿No es esa acaso una prioridad? ¿No debería serlo?

En el purgatorio uno se da cuenta fácilmente que el gran problema de la Argentina es que tenemos un Estado voraz e ineficiente a la hora de hacer la digestión y encontrar soluciones sencillas a problemas sencillos. Por eso cada vez come más y más del sector privado. Luego erupta, vomita y salpica todo. Con ese desastre se podría comparar el cierre de las exportaciones al maíz, que por suerte ahora se ha levantado.

Repitan conmigo, por favor: los precios de los granos ya están desacoplados por efecto de las retenciones. Cualquier cosa que hagan adicional a esa medida es un abuso. Con eso, la nada desdeñable suma de unos 7.000 millones de dólares anuales (y mucho más con esta suba de los precios), deberían arreglarse.

Alcanza para comer suficiente y, satisfechos, sentarse a dormir una siesta mirando hacia el cielo.

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