Una dosis de ciencia para pulverizar los relatos tóxicos
14/06/2021 – El presidente Alberto Fernández utilizó la palabra “agrotóxicos” para referirse a los fitosanitarios, y desde el campo le salieron al cruce. Un artículo de “Nature” aporta al debate, desmintiendo algunos “mitos” de la agricultura orgánica. Existen términos que muchas veces comienzan a formar parte del lenguaje coloquial sin
14/06/2021 – El presidente Alberto Fernández utilizó la palabra “agrotóxicos” para referirse a los fitosanitarios, y desde el campo le salieron al cruce. Un artículo de “Nature” aporta al debate, desmintiendo algunos “mitos” de la agricultura orgánica.
Existen términos que muchas veces comienzan a formar parte del lenguaje coloquial sin que sean correctos. El caso de “agrotóxicos” es uno: en su semántica, asocia naturalmente la condición de toxicidad a un fitosanitario, cuando, como todo químico, todo depende de cómo se use y en qué dosis.
Bajo esta misma lógica, también podrían existir los “medicamentóxicos”, porque si alguien toma dosis excesivas de una medicina, lo más probable es que afecte su salud. Ni hablar de los “domestitóxicos”: los insecticidas para matar moscas y mosquitos y la lavandina suelen utilizarse dentro de los hogares en dosis muy superiores a las que recomiendan sus etiquetas.
Es una discusión que ya debería estar zanjada, al menos teniendo en cuenta que hace 500 años que el médico y químico suizo Paracelso expresó el principio básico de la toxicología: “Todas las cosas son veneno y nada es sin veneno; sólo la dosis hace que una cosa sea o no sea un veneno”.
Pero el presidente de la Nación, Alberto Fernández, la volvió a reactivar el lunes pasado cuando, al anunciar la promulgación de la Ley de Educación Ambiental Integral, dijo textualmente: “Aquello que cultivamos sin agregar agrotóxicos, para preservar esa contaminación y hacer una producción alimentaria ambientalmente más valiosa, hace también a la salud nuestra”.
Más allá de que las relaciones entre la Casa Rosada y el campo están lejos de ser las mejores, es probable que el mandatario no haya querido expresar con fines provocativos esta palabra, que es despectiva para la producción agropecuaria, sino que sólo la haya utilizado como sinónimo de agroquímicos. Con todo, su investidura lo obliga a elegir las palabras correctas a la hora de expresarse.
Como sea, las reacciones tranqueras adentro fueron inmediatas. Una de las más vehementes vino por parte del vicepresidente de Confederaciones Rurales Argentinas (CRA), Gabriel de Raedemaeker.
El dirigente cordobés cruzó al Presidente con un mensaje en Twitter en el que le recordó que estos productos, entre otras cosas, son aprobados por un organismo oficial: el Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria (Senasa). Y le dijo: “Humildemente le pido, no compre mensajes ideologizados”.
Debate Agroecológico
Este cruce se dio luego de que en los últimos días se hizo viral una publicación de la revista Nature titulada “Los mitos urbanos de la agricultura familiar”, elaborada por Anthony Trewavas, un investigador del Instituto de Biología Celular y Molecular de la Universidad de Edimburgo (Escocia).
Si bien se trata de un artículo que ya cumplió 20 años, su contenido sigue siendo muy actual. Su último párrafo es contundente y se alinea con el pedido que le formuló De Raedemaeker a Fernández. Dice textualmente Trewavas que “la agricultura orgánica se formuló originalmente como una ideología, pero los problemas globales de hoy, como el cambio climático y el crecimiento de la población, necesitan pragmatismo y flexibilidad agrícolas, no ideología”.
Citando a numerosos autores, el investigador de Escocia sale a contradecir que los sistemas agrícolas denominadas “orgánicos”, porque se producen sin adición de fertilizantes y sin el uso de agroquímicos, sean más amigables con el medio ambiente que la agricultura tradicional, de alto rendimiento.
En principio, el experto sostiene que la producción orgánica genera un alimento más costoso, principalmente porque los rendimientos son menores y porque hace un uso ineficiente de la tierra. Por ejemplo, señala que la reducción en el uso de insecticidas en muchos casos conduce a mayores niveles de plagas que afectan a los cultivos.
También subraya que la agricultura orgánica, como elimina malezas con herramientas mecánicas, daña a las aves que anidan, a los gusanos e invertebrados que están en los suelos, y conlleva un mayor uso de combustibles fósiles. “Un solo tratamiento con herbicida inocuo, junto con la agricultura sin labranza, evita este daño y retiene el material orgánico en la superficie del suelo”, resume el autor.
Por último, se ubica también en contra de quienes consideran a la agricultura orgánica superadora por su condición “holística”, en contraposición con la producción “reduccionista” basada en el uso de químicos. “El sistema orgánico es en realidad sólo un conjunto de regulaciones que garantizan el uso eficiente de los recursos y, como tal, no es diferente de la gestión agrícola integrada”, expresa.
En definitiva, numerosos aportes para anteponer la ciencia a la ideología y pulverizar algunos relatos, que popularizados en dosis cada vez más grandes se vuelven tóxicos y envenenan la relación entre el campo y la sociedad.
Favio Ré
Agrovoz