Domingo Gómez y su familia rompen el prejuicio de que la agroecología es cosa solo de “chicos ricos”: Él siempre vivió doblado sobre el surco y un día optó por enderezarse
Esta historia está escrita con la dosis de crudeza necesaria como para que queden claras las cosas y el perfil de los personajes de la que trata. Desde Bichos de Campo hemos contado muchos casos de productores que viran hacia la “agroecología” y una de las características que más se repiten es que se trata
Esta historia está escrita con la dosis de crudeza necesaria como para que queden claras las cosas y el perfil de los personajes de la que trata.
Desde Bichos de Campo hemos contado muchos casos de productores que viran hacia la “agroecología” y una de las características que más se repiten es que se trata de gente más bien jóven y formada, usualmente de buena posición económica (suelen venir de otra actividad o tienen ingresos extraagropecuarios que le permiten sostener la transición), preocupados por su salud y la forma en que nos alimentamos, repleta de legítimas inquietudes respecto del futuro de la humanidad y sobre todo del planeta.
Domingo Gómez decididamente no da con ese perfil sino más bien que es todo lo contrario: pobre desde la cuna, siempre trabajó doblado sobre los surcos. Ni siquiera tiene tierra propia sino que alquila pequeñas parcelas en Las Tapias, una pequeña localidad ubicada entre Mina Clavero y San Javier, al pie de las Altas Cumbres. Junto a su hermano Segundo hizo de todo para sobrevivir: cebolla (que exige muchísimo esfuerzo físico) aromáticas características de la zona, papa en Villa Dolores y desde 200 pusieron su propia finca de hortalizas y verduras. Allí estaban. Era cerca del 2010 cuando empezaron el viraje.
A pesar de que ha pasado el tiempo, Domingo y su familia están todavía viviendo un largo pero vigoroso proceso de transición hacia la agroecología, que él mismo nos relata desde la convicción de que ya resulta imposible dar marcha atrás: ahora hacen 4,5 hectáreas de hortalizas y verduras de estación, más algo de “aves, chivas, ovejas, chanchos y después algo de frutales (manzana, pera, durazno, damasco, cerezas)”.
Por estos días están incorporando además unas 800 plantas de una variedad de durazno que va a madurar entre febrero y marzo. La idea es llegar a 1.300. En la pequeña finca no tienen tractor. Dos caballos pastán un poco más allá y son los encargados de tirar del arado cuando hace falta. El lugara ha sido bautizado como Finca Las Palmeras, aunque no haya solo más que un par de ejemplares de esa especie en el acceso de tierra.
-Ahora está muy de moda decir “agroecológico”… ¿Qué vendría a ser?
-Nosotros lo tenemos como “verdura sana”, que no tiene ni veneno ni fertilizante químico. Trabajamos como trabajaban nuestros ancestros y no nos tenemos que ir muy lejos: 50 o 60 años atras no se trabajaba con venenos ni con fertilizantes ni con nada de eso. Se trabajaba de la manera criolla, puede decirse.
-¿Entonces no es una moda ni algo novedoso?
-No. Lo que pasa es que hace un par de décadas se cambio el sistema y se lo llevó a un monocultivo, donde los productores son muchos pero la ganancia es para pocos. De esta otra manera lo que uno debe hacer es aprender a trabajar y sobre todo a vender. La principal herramienta del pequeño productor es aprender a comercializar los productos y poner su precio. No que venga uno cualquiera de afuera y le diga “esto vale tanto”.
Mirá la entrevista con Domingo Gómez padre:
Tras veinte minutos de charla quedó claro que Domingo cree fervientemente en la agroecología, aunque no la suela llamar así sino simplemente “hacer las cosas como se hacían antes”. También es evidente que si él apuesta por este modelo no es porque esté de moda sino porque siente que se ha liberado de muchos de los costos de producción -usualmente dolarizados- que implicaba absorber en un esquema dependiente de agroquímicos y fertilizantes externos.
La idea de este independencia económica -que cuesta sudor y conocimiento- siempre aparece en sus respuestas con mucha mayor fuerza que el cuidado de la salud o el ambiente.
“Los que producen la semilla y los agroquímicos son los que se llevan la plata. Trabajando de esta manera tenés que dedicarle más tiempo, es cierto, porque hay que sacar todas las malezas con un azadón”, describe este genuino campesino. Vice y produce en el campo. A Domigno sí que le cabe con corrección esa palabra tan utilizada en estos tiempos por otros que no podrían ni rozarla.
El pequeño productor recuerda que cuando arrancaron con la producción de verduras de modo convencional (entre 2000 y 2010), siempre era hacer mucho de unos pocos productos. Gracias a que la agroecología requiere de múltiples rotaciones se vieron obligados a diversificar la oferta y además colaboró el hecho de que en Traslasierra tienen una clientela de “gente que vino de afuera” que está ávida de comprarles esos productos más diversos.
Domingo distingue entre los foráneos y no le molestan para nada los hippies ni los new age: dice que 90% de quienes llegaron de otras zonas “nos compran y nos ayudaron mucho”. Pero que hay otros que “tienen mayor capacidad de dinero, no de conocimiento, y compran un campo y después se quejan porque sienten olor a oveja u olor a repollo”.
Queda flotando la pregunta de si sería posible hacer un viraje tan exitoso en un territorio muy diferente a éste, donde las poblaciones no acompañen ni requieran con tanta intensidad este tipo de alimentos.
Por lo pronto, el trabajo lo ponen siempre ellos, en la familia: cuando llegamos al lugar estaban cosechando algunas verduras para armar bolsones que luego distribuirían entre clientes de toda la región, desde Merlo a Mina Clavero. El precio que esa gente pagaba este invierno era de nada despreciables 600 pesos por una bolsa con 6 kilos de frutas o verduras: sin intermediarios, es casi todo dinero para el productor, que además no debe cancelar ninguna factura en la agronomía del pueblo.
Una gran parte de las dosis de energía que se necesitan para esa reconversión las aportan su hijo Mingo (Domingo también, pues era el mayor y nadie quiso innovar demasiado) y los otros jóvenes de la familia. Son ellos además la esponja que absorbe los conocimientos que desparrama Facundo Sarri, un agrónomo de la Secretaría de Agricultura Familiar que acompañó todo este proceso desde el comienzo, salvo en los meses en que fue despedido por la gestión macrista en Agroindustria. Por suerte, ya recuperó su puesto.
Mingo recuerda que su padre, productor convencional, “se disfrazaba todas las semanas y fumigaba” los cultivos. Hasta que “una vez que tuvimos un ataque de pulgón en una lechuga mantecosas, él vino (por Sarri), nos ayudó y vimos los resultados al otro día, no había ninguna peste ni nada”. ¿En qué los ayudó? Lo primero que utilizaron aquel día fue una infusión de tabaco con agua y jabón.
Con el tiempo, Mingo decidió ir mucho más allá: llegó a trocar las verdura de la quinta familiar para pagar una entrada que le permitió poder ir a escuchar a Jairo Restrepo, un colombiano que es como gurú de la agroecología, cuando se presentó cierta vez en Córdoba capital. Luego hasta llegó a viajar a Colombia para capacitarse en la elaboración de bioinsumos: se metían en el monte para aprender sobre las cosas que se podían utilizar para reemplazar insumos de síntesis química.
Mirá la nota con Domingo Gómez (hijo):
Mingo aprendió las fórmulas más diversas para reemplazar insumos convencionales y ahora hasta usa granos de arroz para medir la salud del suelo: entierra un puñadito en distintos puntos del lote y si siguen blancos después de varios días será señal de que algo anda mal, porque no hay vida microbiana. Lo llama el “microscopio campesino”.
“La mayoría de los insumos los preparó yo. Me capacité para esto”, dice orgulloso Mingo.
-¿Y es muy dificil esto de prepararse los insumos propios?
-Al principio parece difícil pero después uno le agarra la mano. Ahora es muy raro que al tomate le echemos insecticidas. Son muy contada las veces que le echamos porque no tenemos ataques de pulgones ni de polillas. Por ahí se lo controla un pco por los hongos, porque a veces suele llover mucho y de golpe sale el sol y hacen 40 grados. Es un combo letal. Pero en estos casos también hemos combatido el hongo con la aplicación de tricoderma, y la tricoderma la producimos nosotros. Si vas a comprarla, una bolsita de 10 gramos capaz que e vale dos o tres lucas. Nosotros la producimos.
Hoy en esas 4,5 hectáreas arrendadas (con contrato a 5 años, porque los dueños son gente piola), trabaja toda la familia Gómez: un total de ocho personas. Mingo pretende que además allí funcione una escuela de agroecología para capacitar -como le sucedió a él- a otros productores.
O campesinos. Como son ellos.
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