Jéssica, la joven que se crió entre algodones, soñaba con ellos y hoy trabaja para mejorarlos
Es hija y nieta de productores en Chaco, donde forjó el amor por lo que hoy hace. En esta nueva entrega de ELLAS, su historia y sus pasiones en el campo y más allá de la tranquera.
“Dura como quebracho, tiernita cómo algodón, esa es una de mis frases preferidas”, comenta y se ríe Jéssica Vucko, agrónoma chaqueña de 35 años, con un legado familiar rural, que ha sabido abrirse tranqueras profesionales y hoy trabaja en una empresa única en el país, que desarrolla genética sustentable de algodón.
Hace lo que alguna vez soñó y en esta charla para la serie de podcast ELLAS relató parte de ese camino de felicidad.
La historia de los Vucko en Argentina empezó, como tantas otras, a partir de una tragedia: una guerra en Europa. En este caso, el abuelo de Jéssica vino desde Croacia, en 1928. Un detalle: el apellido era Vuckovic, pero al llegar al país lo anotaron como Vucko.
Después de trabajar en la construcción de las vías del ferrocarril (“fue pionero en aquellos tiempos, vías que aún hoy se siguen utilizando para cargas y pasajeros”), se fue para el campo, empezó a dedicarse a la producción. Uno de sus hijos, Miguel, continuó el legado, se casó con María del Rosario Roganovich, una mujer que también estaba ligada al campo y le metieron para adelante.
Fruto de esa unión nacieron Jéssica y otros seis hijos (en total 2 mujeres y 5 varones). Todos se criaron entre algodones… en realidad, entre algodonales, de campo en campo, viviendo una infancia “hermosa”. “Tenía 9 años y perdí a mi madre, pero ella me enseñó mucho hasta ese momento, y después, mi padre, que se hizo cargo de todos nosotros con valores”, cuenta en la charla que se puede escuchar en SPOTIFY y en YOUTUBE.
¿De dónde venís? ¿Dónde te criaste, qué hacen o hacían tus padres,
Se me erizan los pelos del brazo con la presentación, escuchando parte de mi vida, pero es así. Nosotros somos 7 hermanos, yo soy la más chica de los siete, la más mimada, la más consentida (se ríe). Todos mis hermanos venimos de la localidad de Quitilipi, una localidad a 145 kilómetros de Resistencia, la capital de Chaco. La cosa viene de mi abuelo paterno, cuyo apellido realmente era Vuckovic, pero cuando vino en búsqueda de nuevos horizontes para acá se le cortó la terminación “vic”. Mi abuelo fue uno de los que estuvo en el desarrollo de las vías del tren, que todavía se sigue usando acá en Chaco. De parte de mi madre se pronuncia Roganovich, con acento en la “o”, es de la ex Yugoslavia. Ella se crió en Machagai, una zona rural, ahí se conoció con mi papá y los siete somos fruto de ese amor.
¿Qué diferencia tenés con el más grande de tus hermanos y qué te acordás de esa niñez multitudinaria?
Con el mas grande me llevo 13 años. Fue una de las mejores infancias que podía tener. Tener muchos hermanos varones, te lleva a criarte entre los árboles, haciendo travesuras, sos un chimpancé más. ¡Imaginate dos hermanas mujeres entre cinco varones! Muy linda. Una niñez muy cargada de emociones, de mucho amor de padre y madre. Yo tenía 9 años cuando perdí a mi madre, imagínate mi padre con todos nosotros a cuestas y se las arregló. Me saco el sombrero por mi padre que nos apuntaló para que hoy seamos lo que somos: tiene hijos profesionales, alguno gerente de banco, yo gerente de producción en una empresa única a nivel nacional. Todos encaminados. El mayor orgullo de él era que nosotros tengamos un buen legado.
¿Qué sensaciones te quedaron en el cuerpo, el alma, de aquella infancia, de cuando eras pibita?
La mejor sensación es del “olor a tierra mojada”. Salíamos y disfrutábamos ver cómo caía agua, porque sabíamos que se salvaba la campaña y el humor mejoraba. El campo es una inversión a cielo abierto, cualquier factor climático te puede llevar a perder mucho. Por eso, el mejor olor es el de la tierra mojada porque me remonta a momentos felices de la niñez.
¿Y comidas?
La “religiosa” sopa de los lunes, que yo lloraba para no tomar (se ríe). Y las milanesas, por supuesto, no hay como la “milanga” de la vieja.
¿Te acordás del momento exacto en el que dijiste: Si, voy a trabajar en el campo, “quiero ser agrónoma”? ¿Tenías un plan B?
A mitad del secundario estaba más orientada a la abogacía, a las leyes. Después, ya en quinto año, siendo hija de productores pensando que alguno de los siete tenía que seguir el legado, me di cuenta que eso era mí futuro. Me fui a estudiar a Corrientes agronomía.
¿Fue lo que esperabas la carrera? ¿Descubriste alguna cosa nueva?
La carrera es un abanico que todavía, después de cinco años de recibida no puedo descifrar hasta dónde puede llegar. Cuando empezás ves cosas que no tienen mucho que ver con lo que imaginás. Pero ya después, a partir de tercer año de la facu, cuando empecé a ver de las plantas, morfología, fisiología, me entusiasmó.
¿Qué disfrutás de lo que hacés?
Siempre dije que tengo un trabajo extremadamente hermoso que lo disfruto día a día. Me levanto y siento que algo bien he hecho en la vida para merecer este trabajo. Porque yo misma le digo a mi jefe que esto no es trabajo porque lo hago con mucho placer. Siempre disfruto, desde que me levanto hasta el final del día.
Naciste y te criaste en el norte, has recorrido un montón, ¿por dónde pasan para vos los principales desafíos tranqueras adentro del norte?
Primero que nada, siempre digo que se puede mejorar el recurso humano, en cuanto a la capacitación, y después, con eso, el uso de la tecnología, porque tenemos la tecnología en la mano y muchas veces se nos escapa porque no sabemos usarla. Hablo de una buena semilla, de genética, hasta una máquina con toda la tecnología incorporada, donde podés ver desde tu celular en vivo cuánto te está rindiendo un lote de soja.
Me queda claro que tu cultivo preferido es el algodón, pero ¿por qué? ¿qué te gusta del algodón?
Sin ánimo de ofender, siempre digo que el cultivo que más te hace trabajar es el algodón. Le digo a mis compañeros que se dedican a sembrar soja que son haraganes (se ríe). Ojo que siembro también soja, pero bueno… el algodón es un cultivo perenne, como un árbol, que nosotros, los productores, para ponerlo en producción, lo manejamos anualmente, y tiene muchas etapas que tienen que respetarse para tener una buena calidad de fibra o semilla.
¿También te gusta la horticultura?
Yo antes de salir a sembrar maíz y sorgo tenía miedo, porque una cosa es asesorar y otra poner la plata, invertir y arriesgar uno. Empecé con zapallo, sembramos como 3-4 hectáreas, tuve muy buena cosecha. Después mi papá un día me propuso sembrar soja, y lo hicimos. El año pasado. Venía un año con pronósticos desalentadores, se pronosticaba Niña, seca, y a mí me llovió en tiempo y forma cuando la soja lo necesitaba, no sé por qué, pero tengo un dios aparte. Y ahora vamos por mas. Alquilé un campo, sembré sorgo y sigo con la soja. Y después me voy a animar y sembrar algodón. Siempre apostando a más.
¿Cómo ha sido el vínculo con tu padre? Digo esa amalgama generacional.
Mi papá está por cumplir 80 años. Una persona reacia a ceder las cosas, pero hablando con él, se dio cuenta que hoy la tecnología en todos los ámbitos es importante y necesaria. Y no sólo con mi papá, también con los hermanos que están en la empresa, creamos un lindo clima de trabajo, cada uno en lo suyo, uno con maquinaria, que tenemos muchas, otro en la gestión, yo en producción.
¿Cómo te ha ido siendo mujer en el ámbito rural?
Hoy me animaría a decirte que en el campo ya estamos en un 40% de mujeres y 60% de hombres… si no un 50-50. Cambió mucho la mentalidad de la gente de antes de campo. De hecho, muchos productores también eligen que una mujer los asesore porque trabajamos más fino a la hora de cuantificar y tomar decisiones.
¿Y cómo hacés con los tiempos?
Mis conocidos a veces me preguntan ¿Cómo hacés para estar en todos lados, ocuparte del trabajo y de lo tuyo? Un profesor de la facultad me decía: “Vucko, el día tiene 24 horas, 8 para dormir, 8 para trabajar y 8 para que hagas lo que quieras, en esas últimas me dedico full time a lo mío y muchas veces me sobra tiempo, creeme. Administro muy bien el tiempo.
PIN-PONG
¿Qué mirás cuando mirás series y películas?
Los fines de semana se lo dedico al ocio. Soy adicta a mirar series, películas, documentales. Me gustan las de acción, las históricas. Por ejemplo, me gustó mucho “Argentina 1985”, la última con Ricardo Darín. Se me piantó una lágrima. Recomiendo que la miren porque es la historia de nuestro país. También me gustan los documentales, ese profesor que te dije antes una vez me dijo “vos tenés que saber de dónde venís porque no vas a saber para dónde ir”.
¿Alguna actividad en la que busques inspiración o resetearte para buscar soluciones a las cosas del laburo después?
Voy al gimnasio a la hora de la siesta y hago mucha bicicleta, arranqué con 10 kilómetros y hoy hago 25-30, incluso puedo hacer más todavía. Pero con eso estoy ya reseteada para después volver al ruedo.
¿Y con la música? ¿Qué te gusta escuchar?
Me gusta el rock nacional y los lentos. ¿Un grupo? Los Abuelos de la Nada.
¿Algún lugar en el mundo que te gustaría conocer?
Lo tengo en mente. Si todo marcha bien este año me voy a Croacia a conocer de dónde vinieron mis ancestros, Zagreb. Todavía está la aldea de la que ellos se fueron para venir a Argentina.
¿Algún lugar que conozcas y que recomiendes para ir?
En mi país me encanta la Patagonia, se lo recomiendo a los que no la conozcan. Y el NOA, Salta y Jujuy, nuestro país tiene lugares hermosos.
¿Alguna mujer que admires o que sea tu modelo?
El modelo para seguir es mi madre, María del Rosario Roganovich, porque se ganó el respeto ante todo y es lo que siempre digo a la hora de hablar con alguien, no importa la edad, el sexo, la religión, el color, nada, siempre y cuando haya respeto recíproco. Eso me lo inculcó ella.
¿Tenés alguna frase de cabecera, o que te guste?
Siempre digo que el tiempo que se disfruta es el verdadero tiempo vivido. Es algo que a mí me marcó y lo aplico en todos los ámbitos, ya sea en amores, en amistades, en el trabajo, en todo. Y otra que siento que me identifica es “Dura como quebracho, tiernita como algodón” (se ríe).