Juan Pablo Beltramino produce quesos de cabra en Calingasta, mientras disfruta y cuida de ese hermoso paisaje: ?Yo me fundí dos veces y perdí el miedo a fundirme. Por eso acá estoy”
Fue tambero y productor ovino. Trabajó en distintos lugares del país, siempre en temas vinculados al campo. Ahora hace ya 11 años que vive con su familia en San Juan, produciendo, entre ideas de sostenibilidad, valorización de productos locales y “dándole utilidad a lo que parece desperdicio”. “El emprendimiento (Quesos Ylla) surgió en 2017, cuando
Fue tambero y productor ovino. Trabajó en distintos lugares del país, siempre en temas vinculados al campo. Ahora hace ya 11 años que vive con su familia en San Juan, produciendo, entre ideas de sostenibilidad, valorización de productos locales y “dándole utilidad a lo que parece desperdicio”.
“El emprendimiento (Quesos Ylla) surgió en 2017, cuando ‘truequeamos’ nuestro primer lote de cabritas de 10 hembras y un macho”, cuenta Juan Pablo Beltramino. “Resulta que hace unos 8 años acá se organizó una de las ferias INTA Expone y ahí conocí a Franco, con quien hicimos amistad y nos dio una mano enorme para iniciarme en este mundo de las cabras y de los quesos; aun hoy es un gran apoyo”.
Franco resultó ser de la Antigua Quesería de Nuñez de Córdoba y como Juan Pablo hacía vino artesanal, el maridaje entre quesos y vinos, y la consecuente amistad, se dieron de forma muy natural y sigue hasta la actualidad. Aunque ahora, claro, Juan Pablo ya está muy instalado elaborando quesos y dulce de leche en su finca Los Pintados, de 5 hectáreas ubicadas al pie de la Cordillera de los Andes, “con un clima excepcional y un paisaje inimaginable”.
“Nuestro emprendimiento nació como una idea de vida familiar en el campo; antes criamos ovejas, hicimos vino artesanal, produjimos frutillas y finalmente la crianza caprina nos resultó la mejor opción”, describe. “Hoy nos encontramos también produciendo el alimento para nuestros animales de manera agroecológica y con una mirada de sostenibilidad donde reutilizar es nuestro principio y que lo que parece un desperdicio sea de utilidad”.
Ejemplos de esta forma de ver la producción son utilizar el suero de los quesos como alimento para las cabras, como así también hojas de álamos de fincas vecinas y el descarte de las pasas de uva. En el predio producen las pasturas (avena, alfalfa, sorgo) sin herbicidas ni fungicidas, utilizan el guano como fertilizante y cuidan el bienestar animal con corrales donde hay agua fresca y sombra disponibles.
“Todo esto viene muy bien para que el animal tenga alimentación variada y nutritiva. Además las cabras se comen todo, incluso eso que se considera maleza”, enfatiza este productor que ha instalado paneles solares para abastecer de electricidad la casa, el tambo, la quesera y la sala de ventas durante el día (a la noche se conectan a la red).
A la vez está trabajando en un biodigestor andino (adaptado a la altura) que está armando el mismo con ayuda técnica de un ingeniero de la Universidad Católica de Cuyo. “Como no tengo créditos mi financiación es mi billetera, por eso vamos más lento”, explica.
Otra iniciativa a destacar es que quieren producir forraje verde hidropónico (FVH), que consiste -en este caso- en germinar el grano de maíz con agua, lo cual mejora la digestibilidad del alimento y ahorra mucha agua ya que usa un sistema de pulverización. “Me contacté con gente de Chaco y Misiones que están construyendo las instalaciones para el FVH, pero las hacen con nylon tipo túnel y como acá tenemos vientos de hasta 90 kilómetros por hora, tengo que buscar otras opciones para que aguante”, explica.
En cuanto al rodeo, tiene 156 cabras con 4 machos reproductores. Realiza servicios estacionados y logra un 90% de preñez; las madres tienen entre 1 y 3 crías, con un 8% de mortandad. Crían animales buscando la raza que mejor se adapte al lugar, combinado sangres principalmente de Saanen, Anglo Nubian, Alpina y selección a través de tiempo según sanidad, reproductividad, control lechero y mansedumbre.
Cada animal en su plenitud puede producir entre 1 a 3 litros de leche por día en dos ordeñes.
De los quesos que elaboran, el Dario (nombre en honor al cerro Mercedario que se ve desde la finca) es el más vendido y es un semiduro madurado 120 días. También elaboran queso untable, feta, provoleta, Crottin y Morrillos, en homenaje al sitio arqueológico que lleva ese nombre. Con el untable han elaborado un helado en la zona, se usa como relleno en pastas y en Buenos Aires hay un restaurante que lo usa para tiramisú.
“Nos gusta innovar y hacer quesos con identidad local”, dice este emprendedor que ha realizado muchas capacitaciones para hacer buenos productos, entre los cuales se incluye el dulce de leche. “En este tiempo notamos que los consumidores han cambiado y valoran más al pequeño productor y los alimentos agroecológicos, quizás porque se empieza a saber todo el trabajo a consciencia que hay detrás de cada producto”.
A Juan Pablo lo que más le gusta de “todo esto” es la forma de vida: siente que finalmente tiene la oportunidad de poder vivir y producir haciendo lo que le apasiona y en el lugar que eligió: el valle de Calingasta, donde el clima es excepcional y aún hoy no hace falta cerrar las puertas con llave.
“Nosotros no competimos con nadie, pensamos que hay lugar para todos; lo que hacemos es producto de la tierra, del agua y del ambiente de acá. Ylla es una voz quechua que significa ´lo que trae suerte´ y para nosotros nuestra forma de vida tiene que ver con la felicidad, prosperidad, fertilidad, bondad… todo eso es lo que queremos transmitir con lo que hacemos”, asegura Juan Pablo.
“Ser productor no es fácil en la Argentina porque hay que respetar los ciclos biológicos que nunca coinciden con los ciclos económicos y políticos. Yo me fundí dos veces y perdí el miedo a fundirme. Por eso acá estoy”.
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