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Una veterinaria muy singular: Agustina Domini cuidó de zorros, vicuñas y hasta ballenas; y ahora trabaja en un proyecto para recuperar la población de yaguaretés en El Impenetrable

Fuente: Bichos de Campo 26/10/2024 13:20:40 hs

“Supongo que porque desde muy chica me sentía unida a la naturaleza; me crié en las sierras de Córdoba y tenía esa sensación de ser parte de los ríos, del monte. A eso se sumó que veía muchos documentales y leía todo lo que podía sobre animales y ambiente”. Esto es lo que responde Agustina

“Supongo que porque desde muy chica me sentía unida a la naturaleza; me crié en las sierras de Córdoba y tenía esa sensación de ser parte de los ríos, del monte. A eso se sumó que veía muchos documentales y leía todo lo que podía sobre animales y ambiente”. Esto es lo que responde Agustina Donini (28), médica veterinaria especializada en animales silvestres, cuando se le pregunta por qué eligió el tipo de veterinaria que eligió.

Ya durante la cursada de la carrera Agustina empezó con trabajos no tan convencionales: integró proyectos de investigación en temas de sarna en zorros de una reserva de Córdoba y luego trabajó con una población de vicuñas y guanacos en La Rioja. Una vez recibida, fue becaria en el Parque de la Biodiversidad de Córdoba (el ex zoológico) y después se fue al sur a trabajar con la ballena franca austral.

“En Península Valdés todos los años ingresan las ballenas francas para reproducirse, tener a sus crías y destetar”, explica. “Allí estuve tres años trabajando en la coordinación del Programa de Monitoreo Sanitario junto con el Instituto de Conservación de Ballenas donde realizaba exámenes forenses de los individuos que varaban y buscaba la causa de muerte, generando a la vez un banco de muestras para realizar investigaciones posteriores como presencia de contaminantes, migración, marcas de estrés o recabar datos de la especie, como medidas biométricas”.

Justo cuando Agustina había cerrado su etapa en el mar fue cuando la llamaron de Fundación Rewilding Argentina para trabajar en el Chaco, en El Impenetrable. En este parque nacional de 128.000 hectáreas ella había voluntariado en 2019 haciendo relevamiento de biodiversidad, colocando cámaras trampa y generando la base de datos del lugar para comprender sobre qué especies era necesario trabajar. Y aquí está en la estación biológica El Teuco, trabajando en pleno monte desde fines de febrero del 2024 como coordinadora del Centro de Reintroducción del Yaguareté.

“Como encargada del Centro de Reintroducción del Yaguareté (CRY) mi trabajo consiste en monitorear y asistir a los yaguaretés que están en los recintos, que nosotros denominamos ´en semicautiverio´. El CRY tiene tres recintos de 1,5 hectáreas y tres recintos de 1600 m2, conectados entre ellos a través de pasillos con guillotinas. Están diseñados de una manera especial para que en el futuro sean animales aptos para ser liberados, por eso no deben relacionarnos a los humanos con el alimento”, explica. “Tenemos métodos y protocolos para hacer los ingresos de presas vivas y que ellos no nos vean. Es la forma de permitirles que luego puedan vivir en libertad”.

Con una población estimada de menos de 10 individuos, el yaguareté se encuentra prácticamente extinto en la región chaqueña argentina; los últimos registros de la especie corresponden a machos solitarios. Desde 2019 en el Parque Nacional El Impenetrable se trabaja en este proyecto para recuperar las poblaciones de este felino. El yaguareté es una especie esencial para mantener la salud y la integridad de los ecosistemas silvestres porque a través de la depredación regula las poblaciones de todas las otras especies, con posibles efectos incluso sobre la vegetación.

Agustina es también la encargada de capturar presas vivas para alimentar a los felinos en semicautiverio, tales como yacarés, crías de burro y vizcachas, entre otras. El método varía según la especie: por ejemplo para los yacarés utiliza jaulas de captura en los bordes de las lagunas que revisa diariamente y luego los transporta con un lazo especial para esta tarea.

Otra de sus actividades junto a otros compañeros es el monitoreo de todos los yaguaretés libres: consiste en revisar los puntos GPS de los collares, realizar un análisis de las presas que cazaron y supervisar cómo se comportan tanto machos nacidos en silvestría como las hembras liberadas (actualmente 2). También trabaja con las comunidades para disolver ciertos mitos que rondan la figura del yaguareté, como que es un animal peligroso para los humanos y que depreda únicamente sobre el ganado doméstico (algo que no pasa cuando hay animales silvestres en abundancia como ocurre en esta región).

“Una figura importante del centro es Porá, un yaguareté nacido en un zoológico, que no puede ser liberado y que cumple la función de educación ambiental”, describe. “Los vecinos vienen a ver a Porá, hablamos sobre el yaguareté y de los beneficios que trae para la salud del monte que vuelva un depredador tope de la cadena alimenticia y cómo además es un recurso clave para fomentar el turismo de naturaleza”.

Agustina cuenta que su trabajo siempre llama la atención de la gente porque desde una mirada de ciudad todo eso esto parece muy extremo y aventurero. Para que se entienda mejor: el lugar de vivienda y de trabajo es una estación biológica que consiste en una serie de carpas rígidas (estilo africanas) unidas por senderos de madera elevados. Todos los días hace mucho calor de día (y en invierno bastante frío de noche) y siempre hay que andar de camisa de manga larga y pantalón largo para evitar el bicherío.

“A mí me apasiona, creo que esa es la clave para poder hacer esto porque tiene sus dificultades vivir acá”, reflexiona. “Hay que estar atentos a la convivencia porque son 30 días de trabajo y 10 de franco, hay que adaptarse a un ambiente hostil (calor, garrapatas, mosquitos) y llevarse bien con la soledad porque estamos lejos de nuestras casas y de nuestro entorno más cercano, estamos en el medio del Parque Nacional El Impenetrable (somos las únicas personas que vivimos acá, no se puede salir cuando uno quiere, cuando llueve quedamos aislados y si bien vivimos muy cómodos no es lo mismo que vivir en una casa”.

Pero justamente lo que hace difícil de vivir en este ambiente es lo necesario para que haya tanta biodiversidad y riqueza natural por todos lados, comenta. Un ejemplo de esto es que no resulta inusual ver “ahí nomás” de las carpas-viviendas a un tapir tomando agua con la cría. “El monte te devuelve satisfacciones”, asegura Agustina que enfatiza que cuidar la fauna es importante porque forma parte del equilibrio de nuestros ambientes y funciona todo como un engranaje. “Cuando desaparece una especie deja de cumplir su rol y comienza una cadena de desequilibrio en el ambiente; además, cada animal tiene un valor intrínseco simplemente por existir y ser”.

-¿Qué es lo más gratificante de este trabajo?

-Sentir que se puede hacer algo entre tanta mala noticia de todos los días y que nos hace pensar que no hay salida ni vuelta atrás, que nuestra especie no sirve, que daña todo. Creo que con estos proyectos demostramos que sí se puede y que sí hay cosas para hacer.

-¿O sea que el humano es parte del problema y de la solución?

-Sin duda. Conocer los ambientes y las causas de su fragmentación, para luego generar acciones es la única forma de poder cambiar las cosas. El trabajo que se realiza con las comunidades locales es clave, porque son ellos quienes se convierten en los verdaderos guardianes de la naturaleza que habitan, los envuelve y donde se criaron. Estas culturas, su sabiduría, también está en peligro de extinción. La única forma de que estas acciones sean a largo plazo, que se sostengan solas y sea de generación en generación, es trabajando con ellos como protagonistas. El turismo sustentable también genera nuevas economías para estas comunidades y quien visita tiene la oportunidad de conocer estos lugares, de valorarlos y de contribuir para que se sostengan.

-Y como sociedad, ¿cómo podemos contribuir?

-Una forma es conociendo más el origen de las cosas que consumimos. Creo que en las ciudades nos alejamos de la verdadera esencia de lo que significa ser humanos y estos ambientes ayudan a reencontrarnos con esa esencia. No me gusta el concepto del humano como enemigo. Es cierto que hemos hecho daño y lo seguimos haciendo, pero no por ser humanos, sino justamente porque nos olvidamos de serlo, nos olvidamos de nuestras necesidades básicas y verdaderas.

Fotos: Volpe, Molinario y Von der Fecht

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